Intento de diario - Describir cosas imposible
Había hecho cuentas, pero me volví a salir del camino. He dejado de contar las veces que intento saber o por lo menos recordar que hago a diario, no siempre es bueno, sobretodo cuando pasan cosas malas. El cerebro por naturaleza las borra (y es científicamente cierto) para qué las iba a querer recordar yo, para qué inmortalizarlas en un papel que no será destruido a menos que yo lo haga. Así pues, me dedicaré a hacer lo que he hecho siempre (o casi siempre, sobretodo, cuando he podido) escribir, escribir sobre lo que escucho, escribir sobre lo que veo, escribir sobre lo que leo, escribir sobre lo que siento. A veces se nos hace imposible sacar eso, si, ya sabes, eso. Eso tan difícil de explicar. Que rabia da no poder hacerlo, pero de repente te sale la vena y dices
¡inspiración! y te pasas tres días escribiendo, y luego otra vez vacío. A mediados del mes de Diciembre resucite mis dos fotologs. No porque me diera pena no actualizarlos, o porque quisiera que me escribieran comentarios, sino porque necesita escribir. Quizás por la facilidad, o los recuerdos que me traen, me es más fácil actualizar aquello y no este.
Pero a lo que venía yo aquí, y ahora, 4 de enero de 2010 (es la primera vez que escribo el número de nuevo año) a las 1:52 (eso marca el reloj de mi ordenador) no es más que a quejarme, quejarme de que no puedo describir ciertas cosas, en concreto 3, la incertidumbre o el qué pasará, los " menuda forma más estúpida de robarme una sonrisa" y el amor hacía "mi" pueblo.
Quizás, por el tiempo, o por las increibles ganas que tengo de volver allí empezaré por Bejís, mi supuesto pueblo. Yo no soy de allí, ni yo ni mi familia, ni mis antepasados, nadie que yo pueda conocer, ha nacido allí, sin embargo, mi memoria desde lo que me alcanza, solo recuerda veranos y veranos allí, uno tras otro, año tras año. Es como una obligación. Un año, un verano sin esos 15 días (que se van alargando) no sería un año normal, no sería y punto, no logro imaginar un año de mi vida, un momento del día sin un pensamiento hacía ese lugar.
Me siento estúpida cuando no puedo describir esa sensación de libertad completa que siento cuando estoy allí, no es la gente, no es el clima, he estado allí en invierno, con ese frío que te hiela los pulmones, que no te deja respirar, el frío que te obliga a cerrar los ojos, a esconderte, pero la sensación es la misma. Salgo de Valencia con el corazón encerrado en un puño, y abro la puerta del coche, pongo en pie en esas calles sin paso de peatos y respiro, respiro hondo, tan hondo que parece que me esté llevando todo el aire del mundo solo para mi. Dejo que el Sol, o la lluvia me pongan la piel de gallina, y vivo. Todos los sentidos a flor de piel. La
vista. Cientos de colores rebosan a mi alrededor, cientos de árboles, decénas de montañas, el cielo, las nubes, la luz. El
oído. Escucho el silencio. Es el silencio más bonito que conozco. Allí no necesito música. Huyo de cualquier simbolo de civilización y me acerco al borde de la carrera -
Shhh... El río, oigo el río. Está allí abajo, no deja de correr, siempre en movimiento, oigo como choca con las piedras. Los árboles. Oigo ese extraño ruido de cuando el viento cruza las hojas. Es estúpido lo se, pero el silencio perfecto se crea cuando solo oyes lo que nunca llega a tus oidos. El
tacto. Esas piedras llevan ahí desde que se construyo el pueblo. Es el tacto de las piedas carcomidas por el paso del tiempo, suaves por el paso de la lluvia, rugosas por el paso de las personas. El
sabor. Parece imposible que un sitio, un lugar afecte al sabor, pero es que es ese agua. Es el agua de Bejís. Fría y suave. No me canso de llenar mi boca con esa agua. Es un deleite para la boca, mis labios disfrutan mojados, disfrutan con cada gota que resbala por mi barbilla. Es el sabor, sabor a todo. Y por último, el
olfato. Me pierde. Lo primero es cerrar los ojos, y dejar que todos los olores te marquen. El olor del horno y la última horneada de pan. El olor de la leña en invierno. El olor de los árboles en verano. ¿Huelen las nubes? Estoy segura de que allí si.
Y en cualquier lugar, en cualquier momento, no importa donde estes, si estas solo o no, si corres, caminas o estas quieto. Tienes un segundo para ti. Para que tu cuerpo viva, sienta todo lo que la ciudad no te deja sentir. Todo de lo que se te priva. Durante largos segundos, tu cuerpo recuerda que siente y te vuelve ese escalofrío que te recorre toda la espalda. Cientos de caminos por recorrer, cientos de vistas que observar, cientos de historias que esconde, cientos de tantas cosas que hacer allí. Sentarte al borde de aquel castillo con la mirada a la preciosa nada, con la mirada al cielo azul o gris, con los pies descalzos y viento despeinando tu pelo. Y dejas que pase el tiempo, y no suena el móvil, no hay cambio de canal, no hay messenger, ni tuenti, ni facebook, estás contigo mismo, y suspiras, suspiras en voz bajita, escondiendo una sonrisa, una sonrisa que no se apaga en un rato, y vuelves a cerrar los ojos. Y no quieres que se acabe nunca.
Me siento estúpida cuando no puedo describir esa sensación completa de libertad que siento cuando estoy allí, pero es que... sería como describir un paraíso. Tienes que vivirlo para sentirlo.
Suena: All the same (Sick Puppies), una de esas canciones que te enseñan y no te las quitas ni a la de tres, la escuchas tantas veces, que te da miedo odiarla en cualquier momento.